Manuel de Faria e Sousa (1590-1649) nos proporciona un sorprendente ejemplo de escritura poligráfica en la época moderna. Émulo de los más canónicos adeptos de la escritura múltiple, como Francisco de Quevedo y Francisco Manuel de Melo, tenía la ambición explícita de imponerse como un actor clave en la república ibérica de las letras de su generación. ¿Pluma emblemática de su época? Lo fue sin duda, a pesar de su marginalidad, porque, nacido del distrito de Oporto y criado en el seno de las letras portuguesas, compuso la mayor parte de su obra en castellano y la publicó casi toda en Madrid, participando así del plurilingüismo y de las circulaciones autoriales características de la península. Lo fue, asimismo, porque su recorrido social lo llevó de secretario de varios nobles lusos al servicio de la monarquía hispánica al rango de autor con todos los títulos: historiógrafo fecundo, poeta lírico prolijo e inventivo, erudito comentarista de un Camões venerado. Según resaltó su admirado Lope de Vega, «su intento fue mostrarse capaz de escribir en todos estilos: y consiguiolo». Con estas estrategias de escritura múltiple, persiguió un doble y obsesivo propósito: fomentar la fama de su nación, Portugal, actuando ante el público de habla hispana como passeur, barquero de ideas hacia la corte de la monarquía compuesta; desarrollar en vida unas rebuscadas y aplastantes estrategias de autopromoción destinadas a elevar su obra propia al rango de monumento para la posteridad.
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