El yo poético se enfrenta al acompañamiento requerido por un joven en su recién estrenada decepción. A la solicitud de entrada en el espacio reservado a los amigos de paso, el cuarto de invitados, se responde con un cuarto de hora que se resiste a la compasión, pero pasa al terreno de la empatía. En un lenguaje que salta de lo coloquial a lo simbólico, se recorren razones y posibilidades, se ensayan visiones del futuro. Las estrofas tradicionales se alternan con ritmos ajustados a las circunstancias y emociones, como se proyectan imágenes, en perpetua analogía con la creatividad que exige la vida para convertirse en plena.
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