Con este corpus epistolar nos acercamos, casi de la mano de don
Francisco de Quevedo, al periodo 1635-1645, en el que España se ve envuelta
en guerras, con frentes en el interior y en el exterior: los problemas
separatistas de Cataluña y Portugal, la caída del conde-duque, la
guerra contra Francia, la lucha por la permanencia del Imperio y los
problemas del ejército imperial en Italia y en Flandes. Quevedo no
supo cómo acabaron la mayor parte de los conflictos que vio iniciarse.
Quevedo comparte con Sancho de Sandoval, su vecino en Beas de
Segura, sus preocupaciones sobre la marcha de los intereses de España.
Pero estamos ante una correspondencia de carácter privado, de manera
que, al leer estas cartas, vemos a un hombre mayor en su señorío, con sus
costumbres manchegas, pendiente de las noticias de la Corte y también
de construir un pozo de nieve, al tío orgulloso de sus sobrinos, al encarcelado
que sale de prisión, al anciano que ve acercarse la muerte.
Las cartas se abren con la imagen de un caballero desengañado que
se retira a su señorío en busca de una vida diferente, alejado de una
Corte que le repele, tal vez porque también le ignora. Diez años más tarde,
aquel caballero se ha convertido en un anciano que valora el día que
vive comparándole con el anterior, recién trasladado a Villanueva de los
Infantes, buscando compañía para morir, huyendo de su soledad y desamparo
en la Torre de Juan Abad, donde no hay nadie que le asista.
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